El rayo verde

©A. Weirsmuller

Como cada tarde, desde hace más de dos lustros, Terenci Proli retomó sus agujas, cargadas de punto de colores telúricos. Un solo hilo, entretejido con cabos de varios colores, formaba, con la ayuda de dos agujas largas, filas sucesivas de vagas saliendo las de cada fila de la fila anterior y quedando pasadas en una de las agujas hasta que, en la vuelta siguiente, pasaba de nuevo el hilo por ellas con la otra aguja. Mientras tejía, su mente erraba perdida en una suerte de añoranza vaga que guiaba la urdimbre del cobertor.
Caía ya la noche en la bahía, frente al mirador, mientras maduraba armoniosamente la labor cuando, de pronto, una de las agujas enloqueció y comenzó a tirar de la manta descubriendo sus vergüenzas sin ningún tipo de censura. Hermosas imágenes inconscientes, inquietantes y vivísimas iban tomando forma tramando historias de lanifício.
Un instante antes del amanecer, un rayo verde, de un verde tan luminoso que cegó su vista encendió el cobertor.
-Si existe el verde en el Paraíso, no puede ser más que este verde, que es sin duda, el verde de la confianza –pensó, suspirando, antes de cerrar los ojos. El tapiz de su vida cubrió por completo a Terenci que descansaba en paz.

nigella

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